A veces voy por la calle sin ver ni oír nada. Mi cuerpo está presente pero mi mente nunca permanece junto a él demasiado tiempo. Y fue precisamente debido a mi peculiar sentido de la distracción que en mis dos primeras visitas a Madrid no advertí la existencia de los hombres anuncio y del mercado de compraventa de oro. Estoy convencida de que en algún momento de mis anteriores incursiones en la capital algún hombre anuncio se cruzó por mi camino (o yo me crucé por el suyo). Pero estos fugaces e inadvertidos encuentros se pierden entre toda la información que, a diario, escapa a mi alcance durante las prolongadas ausencias del mundo terrenal.
A la tercera va la vencida. En mi última visita mantuve los pies en la tierra más de lo habitual en mí. Ya conocidos los principales puntos turísticos de la ciudad, mi deseo era descubrir nuevos rincones, nuevos atractivos, alguna callejuela escondida del bullicio del centro y de los falsees de los grupos de turistas japoneses, algún músico callejero tocando un saxo o una guitarra española. Nuevas vivencias, anécdotas, nuevos recuerdos para llevarme de vuelta, sin necesidad de un pesado equipaje.
Y…¡zas! De repente todos los hombres anuncio aparecieron ante mí: sus gritos, sus carteles amarillos, sus gesticulaciones para atraer la atención de los paseantes. Y de repente, ¡vi la luz! Había detenido mis pasos, miraba fijamente la pancarta pero había dejado de leer el mensaje o de distinguir los gestos, la voz, las imágenes… para vislumbrar, reflejado en el cartón del anuncio, el rostro de la presidente de la comunidad de Madrid. ¿Una visión?, ¿un flashback?, ¿una pesadilla?, ¿una premonición? Por unos instantes, sentí miedo.
Y recordé. Gallardón, Aguirre. La prohibición de los hombres anuncio en 2008, y la vuelta atrás posterior. Y para mayor preocupación, mi mente siguió dando saltos temporales: de la reciente “auto atribución” del descubrimiento del caso Gürtel de una presidenta de comunidad autónoma a la mítica “Sara Mago” de la entonces ministra de cultura. En este país nos falta mucho para ser un país civilizado y el inocente cartel del hombre anuncio me lo recordó. Como lo recuerdan cada día periódicos, webs, cadenas de radio, canales de televisión, las colas del paro, las palabras de la CEOE. No, no estamos en un país civilizado, definitivamente.
donde nada es cierto 